domingo, 5 de octubre de 2014

en memoria de quien me ayudó a leer a Schopenhauer


Cuando un filósofo nace la naturaleza descansa, pues encuentra quien cargue por ella ese peso de la abstracción que por momentos llega a ser terrible. Por esto, no es difícil pensar que su muerte descompense la realidad o que, en algún momento, él mismo concluya que es mejor dejar de vivir. De hecho, si se piensa bien, se trata de una idea razonable. Sólo basta con imaginárselo observando el mundo a través de ese cubo que a veces es de vidrio y a veces de granito negro, descifrando los brillos, las superposiciones de imágenes y sonidos que rebotan contra los ángulos, para entender que, si bien el filósofo puede diferenciar como nadie lo falso de lo verdadero, le cuesta encontrar un descanso que otros obtienen más fácilmente. ¡Si al menos las representaciones no estuvieran amenazadas por la voluntad de vivir! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario