lunes, 29 de septiembre de 2014

fábula


Al atardecer vuelve a mí el recuerdo amargo de un burócrata que vino a increparme porque no encontraba en mis documentos un sello requerido. Todo lo demás estaba en orden. De hecho me habían felicitado por lograr semejante espectáculo: una coreografía de jirafas y tigres. No cualquiera lo hace y menos, logrando en los animales una actitud estoica de principio a fin. Pero el burócrata, que para de colmo de males, era quien juzgaba la totalidad de mi trabajo, sólo se fijaba en el sello faltante. Yo le pregunté por qué no veía todo lo demás y él me mostró su manual de burócrata, abierto en la página  en la que se habla de los sellos. Le dije que lo buscara bien, pues recordaba haberlo visto en alguno de los folios, pero me respondió que no tenía tiempo para hacer cosas que no le correspondían. Al final, se me notificó que recibiría una sanción pública, a la que el burócrata no pudo asistir por compromisos más urgentes. Y la gente que se agolpó en la plaza para presenciar mi castigo, se marchó decepcionada al ver a una víctima sin verdugo. Yo, por mi parte, terminé ayudándole a los carpinteros a desarmar el cadalso.

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