Al atardecer vuelve a mí el recuerdo
amargo de un burócrata que vino a increparme porque no encontraba en mis
documentos un sello requerido. Todo lo demás estaba en orden. De hecho me habían
felicitado por lograr semejante espectáculo: una coreografía de jirafas y
tigres. No cualquiera lo hace y menos, logrando en los animales una actitud estoica
de principio a fin. Pero el burócrata, que para de colmo de males, era quien
juzgaba la totalidad de mi trabajo, sólo se fijaba en el sello faltante. Yo le
pregunté por qué no veía todo lo demás y él me mostró su manual de burócrata,
abierto en la página en la que se habla
de los sellos. Le dije que lo buscara bien, pues recordaba haberlo visto en
alguno de los folios, pero me respondió que no tenía tiempo para hacer cosas
que no le correspondían. Al final, se me notificó que recibiría una sanción
pública, a la que el burócrata no pudo asistir por compromisos más urgentes. Y
la gente que se agolpó en la plaza para presenciar mi castigo, se marchó
decepcionada al ver a una víctima sin verdugo. Yo, por mi parte, terminé
ayudándole a los carpinteros a desarmar el cadalso.
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