Y qué puedo hacer yo si mi padre tenía
que morirse algún día. De alguna manera, toda mi vida había consistido en
mostrar que él sí tenía un lugar, pero terminé con el alma dislocada. Hasta que, al final, ocurrió lo inevitable. Igualmente, viene ella hoy a decirme que lo
nuestro es imposible. ¡Qué puedo hacer yo si ni siquiera lo había notado! Me
pregunto cómo pudo pasar tanto tiempo en la cuerda floja. Recuerdo que el
cadáver de mi padre se derritió como un agujero negro entre mis manos. Ahora
ella se convierte en otra sustancia esquiva. Al menos, tuve aliento para
practicar una canción recién inventada y, mientras lo hacía,
aproveché para hacer un inventario de lo que soy. Y, ¿a qué llegué? A la
conclusión de que, ante todo, debo aceptar la infinita soledad a la que mi
nombre responde. Los hombres de la funeraria me advirtieron que el cadáver
pesaría mucho, pero yo me sentí en el deber de ayudarles a cargarlo. Lo solté a
destiempo y alcanzó a golpearse contra el ataúd, pero sentí que desde algún
lugar me agradecía el esfuerzo. Qué pensará ella ahora que acepto su partida.
Tal vez lo mismo que pensé yo cuando le reproché a mi padre que me dejara solo
cuando niño. ¡Y pensar que en realidad no lo estaba!
martes, 28 de octubre de 2014
domingo, 5 de octubre de 2014
en memoria de quien me ayudó a leer a Schopenhauer
Cuando un filósofo nace la naturaleza
descansa, pues encuentra quien cargue por ella ese peso de la abstracción que
por momentos llega a ser terrible. Por esto, no es difícil pensar que su muerte
descompense la realidad o que, en algún momento, él mismo concluya que es mejor
dejar de vivir. De hecho, si se piensa bien, se trata de una idea razonable. Sólo basta con imaginárselo observando el mundo a través de ese cubo que a
veces es de vidrio y a veces de granito negro, descifrando los brillos, las
superposiciones de imágenes y sonidos que rebotan contra los ángulos, para
entender que, si bien el filósofo puede diferenciar como nadie lo falso de lo
verdadero, le cuesta encontrar un descanso que otros obtienen más fácilmente.
¡Si al menos las representaciones no estuvieran amenazadas por la voluntad de
vivir!
lunes, 29 de septiembre de 2014
fábula
Al atardecer vuelve a mí el recuerdo
amargo de un burócrata que vino a increparme porque no encontraba en mis
documentos un sello requerido. Todo lo demás estaba en orden. De hecho me habían
felicitado por lograr semejante espectáculo: una coreografía de jirafas y
tigres. No cualquiera lo hace y menos, logrando en los animales una actitud estoica
de principio a fin. Pero el burócrata, que para de colmo de males, era quien
juzgaba la totalidad de mi trabajo, sólo se fijaba en el sello faltante. Yo le
pregunté por qué no veía todo lo demás y él me mostró su manual de burócrata,
abierto en la página en la que se habla
de los sellos. Le dije que lo buscara bien, pues recordaba haberlo visto en
alguno de los folios, pero me respondió que no tenía tiempo para hacer cosas
que no le correspondían. Al final, se me notificó que recibiría una sanción
pública, a la que el burócrata no pudo asistir por compromisos más urgentes. Y
la gente que se agolpó en la plaza para presenciar mi castigo, se marchó
decepcionada al ver a una víctima sin verdugo. Yo, por mi parte, terminé
ayudándole a los carpinteros a desarmar el cadalso.
domingo, 21 de septiembre de 2014
mensajeros ciegos
Estoy en el balcón de la casa de mi hijo
y veo pasar los carros. Cuando uno está en la ciudad siempre termina
escribiendo sobre carros. Al menos, tengo la alegría de estar usando una
vela para iluminarme, así tenga que volver
a prenderla cada vez que el viento la apaga. Incluso, me doy el placer de poner
la punta del lapicero en el fuego para que vuelva la tinta. ¿Acaso, en el fondo,
somos hombres milenarios que luchan por adaptarse a un despropósito o niños a
los que sus madres les miden un disfraz incómodo? ¿Acaso aún es nuestro el
asombro de quien dominó el fuego por vez primera? Si es así, seguramente
también recordamos la noche en que nuestro refugió se incendió, dejándonos en
la llanura a la deriva de las fieras. Y esos recuerdos pelean en nosotros como
dos mensajeros ciegos que no saben si han entregado su recado a la persona
correcta.
domingo, 14 de septiembre de 2014
antes de golpearle
Anoche tuve sueños extraños: que mi hijo
moría y yo trataba de llorar pero no podía, como si estuviera un poco despierto
y supiera que todo era mentira; que una secta satánica trataba de apoderarse de
mi bosque y tenía que enfrentarla (por razones que no recuerdo, al final de la
batalla no quedaba ningún árbol en pie). Después soñé que peleaba con un amigo
y que antes de golpearle, esperaba a que le entregara su pequeño hijo a su
esposa. Fueron sueños extraños, posiblemente, producto de haberme arrullado
antes de tiempo en la chimenea. El fuego expulsa duendes inquietos que pueden
hacerte desviar. Hoy me desperté aún extraviado y me ha costado enfocar los objetos pequeños, pero ya mi escepticismo parece más fuerte que todos los males y
más bien prefiero repasar lo que será el día. Definitivamente, cada vez me
reconozco menos en la individualidad que reclama un sitio diferente al que la
realidad impone. Cada vez soy menos el que hace del placer una trinchera para
esconderse.
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