Anoche tuve sueños extraños: que mi hijo
moría y yo trataba de llorar pero no podía, como si estuviera un poco despierto
y supiera que todo era mentira; que una secta satánica trataba de apoderarse de
mi bosque y tenía que enfrentarla (por razones que no recuerdo, al final de la
batalla no quedaba ningún árbol en pie). Después soñé que peleaba con un amigo
y que antes de golpearle, esperaba a que le entregara su pequeño hijo a su
esposa. Fueron sueños extraños, posiblemente, producto de haberme arrullado
antes de tiempo en la chimenea. El fuego expulsa duendes inquietos que pueden
hacerte desviar. Hoy me desperté aún extraviado y me ha costado enfocar los objetos pequeños, pero ya mi escepticismo parece más fuerte que todos los males y
más bien prefiero repasar lo que será el día. Definitivamente, cada vez me
reconozco menos en la individualidad que reclama un sitio diferente al que la
realidad impone. Cada vez soy menos el que hace del placer una trinchera para
esconderse.
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