A veces para hablar hay que nombrar la tristeza. Así se disipan las sombras y se puede empezar a pensar. ¿En qué?
De repente, te ves rodeado… por las personas que hablan de negocios, por los
autos que intentan llegar al lugar del que huyen, por recuerdos recientes, una
discusión inútil, una tortura larga y dolorosa que aún tratas de digerir
fantaseando.
Sin
embargo, está el sabor del café para calmarte y la expectativa de un encuentro
próximo. Nada mejor que hacer música con los amigos y luego compartir un buen
almuerzo. La desolación no deja de buscarte pero ya sabes dejarla hablar sin
ponerte nervioso. Incluso, revisas el reloj para ver si aún tienes un poco más
de tiempo para que te susurre cosas al oído. Igual, sabes que si mueves el
cuerpo ella no podrá ser más que una vieja piel de serpiente.
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